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ARTICULO DE CÉSAR HILDEBRANDT, UN GRAN PERIODISTA PERUANO

ARTICULO DE CÉSAR HILDEBRANDT, UN GRAN PERIODISTA PERUANO Si yo creyera en Dios
 
Fuente: La Primera  23/08/2007
 
Si yo creyera en Dios me preguntaría por qué el estado del Vaticano nos envía doscientos mil dólares como ayuda para las víctimas de los terremotos del sur. Me parecería una limosna escandalosamente avara teniendo en cuenta que un título nobiliario dado por el Papa cuesta, según el tarifario de servicios vigente, alrededor de un millón doscientos cincuenta mil euros.

Si yo creyera en Dios me preguntaría por qué Dios, que todo lo puede, permitió que el local de una iglesia sepultara en su caída a familias enteras y dejara con vida al sacerdote del templo, señor José Torres Mota (39), haciendo quizás uso de un derecho de preferencia ostensiblemente sectario.

Si yo creyera en Dios me preguntaría por qué los cielos que él gobierna desde el principio no protegieron el templo del Señor de Luren, el santuario de la Beatita de Humay, la iglesia de San Clemente, locales que temblaron de un modo más bien pagano desnudando sus vejeces, sus descuidos de mantenimiento y sus muy terrenales adobes asesinos.

Si yo creyera en Dios me preguntaría por qué ese niño de doce años, que ya había vadeado la desgracia el día del terremoto, murió al cuarto día a causa de una pared que se cayó por la fuerza de una réplica. ¿Es que los niños deben ser testeados dos veces en cuatro días por el infortunio?

Si yo creyera en Dios, en fin, preguntaría, con todo el respeto de un creyente, por qué los rezos resultan tan inútiles y las plegarias tan desatendidas cuando de las placas de Nazca y Sudamérica se trata. Me refiero no sólo a estos muertos nuestros de hace una semana sino a aquellos muertos de 1970: setenta mil cadáveres de un solo guadañazo. ¿Fue ése un sacrificio multitudinario, una venganza, una colosal arbitrariedad, una distracción del que todo lo puede?

Si yo creyera en Dios me preguntaría si la cierta desdicha que parece estar enamorada de nuestro país no lo está como respuesta divina a nuestras peores debilidades. Debilidades como, por ejemplo, amar la podre, lo que explica el fujimorismo irreductible de ciertas gentes, las excusas encontradas por cierta hampa intelectual para justificar a Bryce, la pasión con la que entregamos el país a los apetitos venidos de fuera, la necesidad casi biológica que tienen millones de peruanos de burlar la ley y desalentar la honradez.

Si yo creyera en Dios me preguntaría, pero sólo en voz muy baja, si esto de las catástrofes no tiene algo que ver con la rabia de un ser superior que mira a este país y se da cuenta –porque todo lo sabe– de que este es un país que admira a Genaro Delgado Parker, se rinde ante la inteligencia de Vladimiro Montesinos, escucha a Carlos Raffo, adora el tundete, está convencido de que Piérola fue un tipazo, soporta un discurso del doctor García gritado ante las ruinas de Pisco, protege a los delincuentes cuando la policía los busca por los barrios, se ríe idiotamente cuando Macera baila el baile del Chino, le cree a El Comercio como si de la Biblia se tratara, suspira por el TLC convertido en panacea y daría no se sabe qué ni cuánto para que Washington decidiera anexarnos como si fuéramos iraquíes.

Todo eso me pasaría si creyera en Dios. Pero, claro, soy agnóstico. Y por eso estoy exonerado de preguntas tan mortificantes.

Además, miro los ojos asustados de un niño palestino, de una niña en Darfur, de dos niños en el Congo, miro la foto de Bush y su pandilla y mi agnosticismo se quintuplica (si eso fuera posible).

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