Blogia
Cyberateos

SOBRE EL EFECTO ESPERANZADOR DE LAS RELIGIONES

La Esperanza en la Vida Eterna

www.naturalezayracionalismo.blogspot.com

 

Una de las funciones principales y genuinas por las cuales surgió el pensamiento religioso fue el efecto paliativo y esperanzador que ella tiene. No hablemos en este caso de cuestiones político-económico-sociales que posteriormente afectaron y afectan aún enormemente a las instituciones religiosas y la gestión de sus ideas y doctrinas.

Para este artículo simplemente voy a tener en cuenta el efecto paliativo que puede tener la religión con respecto a muchas situaciones que afectan la vida personal de los seres humanos. Y más precisamente me centraré en el efecto esperanzador que supuestamente tiene la religión con respecto a la vida eterna.

Cuando fallece un familiar o alguna persona cercana al entorno personal, la religión puede servir de consuelo, suponiendo que la persona que ha fallecido se encuentra bien y viviendo una etapa sin dolor alguno, a la espera de que llegue el gran día en el que vivos y muertos se encontrarán en una vida eterna; un paraíso maravilloso en el que solo el bien y la felicidad reinarán eternamente. Esta idea aparentemente es innegablemente buena y efectiva a la hora de sucesos penosos como el que he mencionado.

Sin embargo, ¿qué es lo que realmente hace esta idea? Primeramente, supone una felicidad asegurada, o al menos, la esperanza de alcanzar dicha felicidad y dicha vida eterna junto a los seres queridos. El aparente beneficio de esta idea se ve trastocado cuando analizamos algunas cosas no tan aparentes para muchos creyentes.

El simple hecho de esperanzarse en una vida después de la muerte, llena de belleza, hace que esta vida pierda gran valor desde la perspectiva del creyente. ¡Por supuesto! Si el creyente sufre la pérdida de familiares y lleva una vida con algunas cosas dolorosas, en vez de luchar por sacar adelante su vida, se concentra con todas sus fuerzas en una vida eterna inexistente.

Este pseudopaliativo no es nada beneficioso por una simple razón: la vida eterna después de la muerte no existe, mientras que la vida material sí. Sin embargo, al pensar de esta forma, una vida se está desperdiciando y se está dejando de desarrollar todo el potencial que tiene, al seguir el camino de la espiritualidad y el abandono de esta vida con la finalidad de llegar a la otra.

Y este serio problema también tiene otra clase de perjuicios: puede ser utilizado, o mejor dicho, es utilizado para justificar la pobreza extrema y la riqueza extrema, es decir las desigualdades extremas (coincidentemente las autoridades políticas y religiosas que se sirven de estas ideas religiosas para gobernar mejor y tener al pueblo aletargado, se encuentran en la cima de dicha desigualdad, y hablo de políticos, curas, muchos pastores de diferentes grupos religiosos, etc.).

También puede ser utilizado para convencer a la gente de participar en cruzadas religiosas, inquisiciones, luchas en nombre de la fe, etc. Y esto último queda muy claro: si la vida eterna queda asegurada peleando por Dios o un tipo de creencia en concreto, ¿por qué no hacerlo? Total, es una vida de menos de 100 años vs una vida infinita.

Sin embargo, las instituciones religiosas aprovechan bien la creencia que la gente tiene al respecto. Las personas están tan concentradas y ensimismadas con el objetivo de la vida eterna, que descuidan sus vidas reales, sin darse cuanta de que las esperanzas que ellos depositan en una vida irreal, podrían invertirlas en esta vida. ¿Por qué no tener esperanzas en esta misma vida, si sabemos que tenemos tiempo por delante aún? ¿Por qué no preocuparnos por esta vida tanto o más aún que dicha hipotética vida espiritual eterna? Sin embargo, el pensamiento de las masas es muy claro, por ejemplo, cuando increpan al ateo diciéndole:

Sin religión no hay esperanzas para nada, la vida no tendría sentido ya. Sin Dios, la vida pierde sentido ya que no tendríamos esperanzas de todo lo bueno que se nos promete en la Biblia y que nos promete la palabra de Dios y la de los profetas.”

Pero yo me pregunto ¿Por qué no habría de haber esperanza alguna? ¿Por qué no tener esperanzas reales en cosas reales como todo lo que puede suceder en nuestra vida presente? Y la respuesta, lamentablemente es que los creyentes no quieren esperanzas terrenales, sino lo que quieren es un tipo de esperanza en lo infinito y lo mágico.

Un ateo sí tiene esperanzas, sueños, metas, objetivos; un ateo ama, llora, siente, se preocupa. En resumen, un ateo tiene las mismas cualidades emocionales que un creyente.

La única diferencia es que el creyente quiere vivir una vida que no es la suya, mientras que el ateo se ha dado cuenta de que esta vida es la única y es maravillosamente rica en vivencias y en intercambios emocionales con muchas otras personas.

Otra cosa que me pregunto es por qué las manifestaciones de Dios en la vida real son nulas. Entender por qué una persona creyente puede tener esperanzas en una vida posterior a esta, cuando en esta vida suceden tantas cosas que no sucederían de existir alguna divinidad, es un tanto difícil.

Si Dios existiera realmente, no creo que haga esperar a los productos de su creación, a sus hijos amados, a alcanzar una vida eterna, para la cual hay que hacer sacrificios, hay que sufrir, y hay que soportar una vida en la que él no actúa en lo más mínimo.

Con esto no quiero dar una imagen desoladora de nuestras vidas; simplemente quiero mostrar que dedicar tiempo, esfuerzo y recursos en algo que no existe y que es perjudicial para la vida terrenal real, es algo sin sentido.

Lo que hay que hacer es preocuparse por esta vida, preocuparse por aprender cada día más de las experiencias, entender mejor a las demás personas, vivir mejor y más felices, procurar no perjudicar a otros, y lo más importante: dejar de hacer daño a otras personas y a nosotros mismos mediante la idea de que esta vida no es tan valiosa como la que viene después.

La vida es hermosa, pero no perfecta. Una vida infinita no permitiría que nos diéramos cuenta de lo valiosa que es la vida per se. Una vida finita como la que tenemos sí nos permite valorar las cosas apropiadamente.

El sufrimiento, el dolor, la congoja, la tristeza, la culpa y otros sentimientos negativos, no deberían ser parte de la religiosidad humana, sino todo lo contrario. Depende únicamente de nosotros.

0 comentarios