EL OPUS DEI ES UNA MINA LITERARIA
Fernando Quiroz dice que tiene todo: poder, culpa, temor, mafia, amor, odio, secretos. Escritor colombiano, finalista del premio Planeta 2008 por novela "Justos por pecadores".
Pedro Escribano
Fuente: www.larepublica.com.pe/content/view/234663/28
El escritor colombiano Fernando Quiroz desenvainó la espada de su imaginación. Imperdonable, desentraña –obviamente desde la ficción de una novela–el teje y maneje de una congregación religiosa como el Opus Dei. Justo por pecadores, novela finalista del Premio Planeta Iberoamericano de Narrativa 2008, cuenta la historia de Vicente Robledo, un joven que logra huir de la congregación y sin embargo, cuando se creía libre, se da cuenta de que aún lleva cilicios mentales que no le permiten vivir como un ser normal, sobre todo en su sexualidad.
El escritor, naturalmente, ha fabulado, pero, como él dice, "la novela está nutrida con hechos reales" que vio –no le contaron– y padeció de niño, cuando pertenecía al Opus Deis.
–Fernando, ¿un ajuste de cuentas con el Opus Dei?
–Pertenecí a la congregación hasta los 16 años. Y bueno, es una de esas experiencias que te marcan de una manera brutal en la infancia o en la juventud. En un oficio de escritor es casi inevitable que se convierta en una tema después. Yo creo que exorcicé muchos fantasmas con esta novela.
–O sea que sí, un ajuste.
–Pero sabes, yo no escribí esta novela con odio ni con rencor, así jamás la hubiera hecho. Supe siempre que era un tema que quería abordar, pero nunca con odio, por una razón muy sencilla: no habría salido una novela sino un panfleto; y porque me habría privado de lo que más me gusta de mi oficio: escribir con placer.
–El Opus Dei se convirtió en una tentación novelable.
–Mira, a mí me parece que es un tema fascinante. Es una mina literaria. Lo reúne todo. Reúne muchos elementos que son literatura pura. Tiene odio, amor, sexo, culpa, temor... Está lo prohibido, los cultos secretos, el poder y la ambición desbordada. Tiene una visión torcida de la sexualidad. Además es un mundo que yo conozco bastante bien. Siempre quise ver ese tema desde la literatura.
–¿Tu novela tiene carácter de denuncia? ¿Negarás que Vicente destripa al Opus Dei?
–Es cierto, se ha convertido en una novela de denuncia, y para algunos también en una novela de autoayuda, que es algo que a los escritores les parece terrible. Mi libro no es de autoayuda, mi libro es de literatura. Terminó siendo de denuncia por una razón muy sencilla: aunque esta es una historia de ficción, la ficción está apoyada en la realidad y en hechos reales. Lo primero que hago antes de sentarme a escribir una novela es conocer muy bien al personaje, aunque claro, después, son los personajes quienes cobran vida propia y uno se convierte en secretarios de ellos.
–Al señor González, personaje y prominente miembro del Opus Dei en tu novela, en un momento lo instalas en un burdel con una niña. ¿Buscas desmentir la supuesta pureza de la congregación?
–Lo dices perfecto. A mí me parece que en esta novela hay personajes que son más que personajes, son seres de carne y hueso que están simbolizando algo. El padre de Vicente, que es un pintor, es símbolo de la liberalidad y del respeto de la diferencia. Y el caso de González ejemplifica la doble moral. El Opus Dei reprime la sexualidad, la que ve sucia. En eso tiene que ver el uso de los cilicios, el cual dicen que es para pedir perdón por los pecados del mundo. Mentira, allí está más bien basada la teoría sadomasoquista para reemplazar el placer natural del sexo.
–Vicente escapó, pero mantuvo cilicios mentales. Por ejemplo, al principio no podía hacer el amor con su enamorada.
–Es como tú lo dices. Los peores cilicios, no son los cilicios que te marcan el cuerpo, que son bastante dolorosos, te lo digo porque yo los usé. Los peores son los que tienes en la cabeza. Lo terrible de eso es la culpa y el temor que te infunden todo el tiempo.
–Al final de la novela, Vicente devuelve papeles secretos del Opus Dei que habrían servido para hacer denuncias. ¿Es un cómplice?
–Sí, podría ser, pero tiene una explicación. Mira, solo ahora, con la novela, mi familia llegó a saber muchas de las cosas por las que yo pasé, como el padecimiento de los cilicios en mis piernas. Como ves, a mí me ocurrió lo mismo que a Vicente y a mucha gente. En algún momento él se dice: "Lo único que quiero es que me dejen en paz. Si los denuncio, voy a seguir en esto que me hace daño". Yo pensé mucho en la decisión de Vicente.
–O sea, tu novela como un exorcismo.
–Sí, sí lo es, evidentemente sí lo es. Yo creo que buena parte de esa novela la escribí como si estuviera sentado en un diván.
Difundido por franciscofreetown@gmail.com
PERFIL
Fernando Quiroz. Nació en Colombia, 1964. Ha sido editor de El tiempo y ha estado vinculado a las revistas Gatopardo, Cambio, Semana. Ha publicado Conversaciones con Álvaro Mutis (reportaje). También novelas como En esas andaba cuando la vi, Esto huele mal y ahora Justo como pecadores.
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–¿La sombra del narcotráfico y de Gabo ya no están tocando la literatura colombiana?
–La sombra de García Márquez, no. La del narcotráfico, sí; puede aparecer de vez en cuando. Te digo algo, yo quisiera leer una gran novela, por ejemplo, soy adorador de El padrino. En Colombia tenemos materia prima para hacer eso, pero aún no lo hacemos.
–Como colombiano, ¿de quién aprendiste más: de Gabo o Vargas Llosa?
–Creo que de quien más aprendí fue de Cortázar.
–A propósito, César Aira acaba de decir que Cortázar es un Borges de segunda categoría.
–A mí me parece que, con todo el respeto por Aira, es una tontería tratar de tapar el sol con un dedo. O sea, a uno puede gustarle o no García Márquez, puede gustarle o no Vargas Llosa, puede gustarle o no Cortázar, pero negar el genio y el talento que hay ahí, en Cortázar, me parece una opinión de segunda.
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