MÁS SOBRE 'LA PUTA DE BABILONIA'
J. Gimeno
Un repaso por las arbitrariedades, caprichos y atrocidades de los papas a lo largo de la historia de la Gran Felona sirve para ilustrar cuál ha sido y cuál es la escala de valores por la cual se rige la peor de las ideologías y de las religiones que la humanidad ha inventado: el cristianismo. Paridora de excrecencias como el fascismo, el racismo o el nazismo y madre putativa de engendros como Hitler, Mussolini, Videla, Pinochet, Franco, Bush o Berlusconi:
Arnoldo Amalrico, monje cisterciense, sitió la ciudad de Beziers por orden de su jefe, el papa Inocencio III, al mando de un ejército formado por una turba de mercenarios, duques, condes, criados, campesinos, obispos feudales y caballeros desocupados. La finalidad del sitio de Beziers era aniquilar a los albigenses, según la Puta, unos herejes cuya ingenuidad les hacía ser fieles continuadores de lo que creían fue Cristo: "el hombre más noble y justo que haya producido la humanidad, nuestra última esperanza".
La Gran Inquisidora, que ni entonces ni ahora ha admitido el menor desvío de sus dogmas de sangre, mandó sus huestes a exterminar a esos pobres incautos, bajo la plegaria: "Mátenlos a todos, que ya después el Señor verá cuáles son los suyos". "Y así -nos cuenta Vallejo-, sin distingos, herejes y católicos por igual iban cayendo todos degollados.
En la sola iglesia de Sta. María Magdalena masacraron a siete mil sin perdonar mujeres, niños ni viejos. "Hoy, su Santidad -le escribía esa misma noche Amalrico a su jefe Inocencio III-, veinte mil ciudadanos fueron pasados por la espada sin importar el sexo ni la edad"... Y así ese papa criminal que llevaba el nombre burlón de Inocencio lograba matar en un solo día y en una sola ciudad diez o veinte veces más correligionarios que los que mataron los emperadores romanos cuando la llamada "era de los mártires" a lo largo y ancho del Imperio. ¡Los hubieran matado a todos -asevera Vallejo- y no habríamos tenido Amalricos, ni Inocencios ni Edad Media! ¡Qué feliz sría hoy el mundo sin la sombra ominosa de Cristo! Pero no, el Espíritu Santo, que caga lenguas de fuego, había dispuesto otra cosa".
El demente que siguió al genocida Inocencio III, el llamado igual de sarcásticamente Inocencio pero el IV, no degollaba, como tampoco éste, con sus propias manos, pero no paró tranquilo hasta montar la máquina de torturar y matar más poderosa que la humanidad, gracias a la Zorra Iglesia Católica Apostólica y Romana, ha tenido nunca: la Santa Inquisición, verdadero templo sagrado de tortura y de exterminio de herejes, mujeres, brujas y sabios, antesala de la DINA, la Gestapo, la Triple A o la DGS española. Máquina de tortura y muerte cuyo nombre fue piadosamente cambiado después por el de no menos ominoso "Santa Congregación para la Doctrina de la Fe", a la vez que cambiaba los instrumentos de tortura física por otros más sofisticados y sagaces de tortura psicológica y el exterminio por el asesinato encubierto.
Como sabemos, la máxima autoridad de esta Santa Institución posmoderna ha sido un gran católico miembro de las juventudes hitlerianas y papa actual. Volviendo al "inocente" número cuatro, hacíase llamar con todo orgullo "Praesentia Corporalis Christi" (Presencia del Cuerpo de Cristo) este católico empedernido y consecuente, acaso porque su debilidad eran los cuerpos ensangrentados sobre los que dejaba su huella indeleble al albur de su bula "Ad extirpanda".
Otro gran "inocente", Inocencio VIII, se hizo famoso para la posteridad por su particular manía a las brujas y la manera de hacerlas pasto de la hoguera católica purificadora de pecados. Este Inocencio número ocho fue quien bautizó a los españoles Isabel y Fernando como "católicos" por su heroicidad de expulsar a cuanto moro y judío y anticristiano se les pudo por delante, exterminar a todos los indios americanos de que sus conquistadores fueran capaces y torturar y asesinar a miles de herejes y más brujas con la mano santa e incorrupta del mejor de los católicos, Torquemada, el mayor torturador de la historia, padre y madre de los Galtieri, Stroessner, Contreras o Billy el Niño (famoso torturador español, católico como todos los torturadores, hoy jefe de una multinacional de la seguridad por beneplácito del primer gobierno de Felipe González, quien nunca fuera torturado).
Quien siguió al tal Inocencio ocho, un tal León X, no fue tan sanguinario como los anteriores. Sólo tenía dos vicios: el dinero y los penes. Sobre este último nada hay que objetar, solo que la Gran Inquisidora exterminaba a cuanto macho sospechoso de gozar el mismo órgano placentero, salvo si era alguno de sus favoritos, como sin duda debió serlo el de este León. León que sin duda lo era para los negocios al amparo de su Puta Madre: "los burdeles de la Ciudad Eterna (que contaba entonces, entre sus cincuenta mil habitantes, con siete mil prostitutas registradas -nos cuenta Fernando Vallejo-) le pagaban diezmos".
No contento con ser el mayor proxeneta y santo de la Ilustre Católica, descubrió otro gran negocio divino, inaugurando así el Gran Mercado Vaticano hasta hoy día, con su entidad financiera y su cotización en bolsa: la subasta de dos mil ciento cincuenta puestos eclesiásticos, cuyo precio de mercado estaba, naturalmente, en función de la jerarquía. Así, los de mayor valor eran, desde luego, los puestos cardenalicios, a razón de treinta mil ducados el capelo. Como no podía sr de otra manera, había sus prebendas: así, a su primo bastardo, Giulio de Médicis, quien luego sería el papa Clemente VII, se lo dio gratis.
Nos preguntamos: ¿Cuánto pagaría el polaco o el actual pastor alemán por su capelo? ¿A cuántos hubieron de sobornar para su blanca fumata?
Continuará...
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