Un pederasta con sotana
Dom, 28/08/2011 - 05:00
Los colaboradores lo sabían. Y ellos han heredado el imperio de espanto de Maciel.
http://www.larepublica.pe/28-08-2011/un-pederasta-con-sotana
El padre Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo, una de las congregaciones católicas más vastas del planeta, era un pederasta, violador sexual y corrupto. La periodista mexicana Carmen Aristegui entrevistó a sus víctimas y reveló los secretos de un farsante.
Por Ángel Páez
A los 12 años Saúl Barrales se sumó a la Legión de Cristo. A los 17 el padre mexicano Marcial Maciel, fundador de la congregación religiosa, lo nombró su asistente personal. Se había encariñado con él. “Cerraba el cuarto, lo ponía oscuro y luego me decía: ‘Tengo un dolor de cabeza muy fuerte. Tócame aquí; no, ya se me bajó al pecho y luego más abajo al estómago; y ahí, ahí es donde me duele más’. Y yo pensaba: ‘Qué es esto de tocar a una persona’. Él dirigía la mano hacia el pene, a sus partes íntimas. Vivía un drama tremendo todos los días. ¿Cómo es posible que por un lado lo tengo como un santo y por otro me esté invitando a cosas que no compaginan?”, relató Barrales a la periodista Carmen Aristegui. En 1997, Barrales fue uno de los que rubricó una carta dirigida al papa Juan Pablo II en la que denunciaba las atrocidades sexuales y las corruptelas de Maciel. Pero el “candidato para santo”, que tenía extraordinarios contactos en Roma, logró que el escándalo no destruyera a la Legión de Cristo.
“Era Juan Pablo II un encubridor o un hombre trágicamente engañado como en las obras de Shakespeare”, ensayó una explicación Saúl Barrales, una de las víctimas de los actos de pederastia de Maciel. Aristegui investigó el caso y entrevistó a personajes clave de esta historia de horror que humilla a la Iglesia católica, especialmente a la jerarquía del Vaticano.
En Marcial Maciel: historia de un criminal, Aristegui incluye también los testimonios de quienes trabajaron hombro a hombro con el cerebro de los Legionarios de Cristo y hoy tratan de buscar alguna explicación a sus atrocidades. “Nuestro Padre (Maciel) tenía actos homosexuales y también actos sexuales con menores, que han continuado de forma constante a lo largo de toda su vida, en la vida de la Legión, desde los años 40 hasta los 90. (...) Ahora bien, si una persona te dice: ‘Ustedes tuvieron que saber, los superiores tuvieron que saber’, efectivamente, creo que de esta historia no se salva nadie”, confesó a Carmen Aristegui el vicario general de la Legión de Cristo desde 1992, Luis Garza Medina. Pero ¿el Vaticano lo sabía todo? Todo, y durante décadas.
El legionario de Cristo Juan José Vaca, el 26 de octubre de 1976, escribió una carta a Marcial Maciel para que concluyera con el abuso sexual al que lo sometía desde hacía muchos años. Esa misiva llegó a manos de la jerarquía de la Santa Sede, pero no hizo nada. A Vaca, quien fue parte de la congregación desde los 10 hasta los 29 años, lo trataron de traidor, difamador y mentiroso por haber acusado a Maciel de violador de niños. “Me sorprendió que Maciel me llamara tan noche. Nunca había entrado en su cuarto. ‘Siéntate aquí en la cama. ¡Ay! ¡Me duele mucho el estómago! Dame un masajito... Más abajo, más abajo’. Me puse tenso. Me hace tocarle el pene y noto su erección. ‘Frótamelo así’. Y me pone la mano encima y me hace que lo frote. Me quedé completamente congelado. ‘No lo sabes hacer, te voy a enseñar’. Entonces, a la vez que él está tratando de masturbarme, me está moviendo la mano y efectivamente noto que está húmedo. Tuvo su eyaculación. ‘Ya te puedes ir’, me dijo”, narró Juan José Vaca a Carmen Aristegui, quien le preguntó quién era para él Maciel: “Es el mayor impostor, criminal, amoral, narcisista maligno, pansexual que ha existido en la historia de la Iglesia católica”.
Nacido en Michoacán, México, el 10 de marzo de 1920, sobrino del obispo de Veracruz, Rafael Guízar –canonizado por Benedicto XVI–, este se encargó personalmente de su formación sacerdotal. En 1941 fundó la Legión de Cristo, que en 1946 recibió la bendición de Pío XII y en 1965 Pablo VI reconoció como una congregación católica. Maciel convirtió a la Legión de Cristo en una organización mundial con oficinas en 22 naciones. Hasta el año que pasó, sumaba tres obispos, 889 sacerdotes y 2.737 seminaristas. Maciel construyó un imperio económico basado en las contribuciones de fieles millonarios y en el control de 15 universidades, 43 institutos de estudios superiores y 175 escuelas.
En 1997 se hizo pública la carta que ocho ex integrantes de la Legión de Cristo despacharon a Juan Pablo II dándole cuenta de que Maciel había perpetrado abuso sexual contra ellos. La investigación le fue encargada al obispo Joseph Ratzinger. En el 2004, el Vaticano resuelve que Maciel abandone la dirección de la Legión Cristo. Sin embargo, en el 2006, cuando Ratzinger ya era el papa Benedicto XVI, dispuso cerrar la investigación bajo el argumento de que Maciel era demasiado viejo y le ordenó el retiro bajo penitencia. Todavía no se conocía toda la historia secreta del fundador de la Legión de Cristo. Maciel murió el 20 de enero del 2008. Su deceso, empero, no implicó la sepultura de su historia criminal.
En el 2009, The New York Times reveló que Maciel tenía una hija con una mujer a la que mantuvo oculta por décadas. Al año siguiente, la periodista Carmen Aristegui entrevistó a Blanca Estela Lara y a sus hijos Omar, Raúl y Cristian. Estos dos, según ella, eran fruto de una relación que inició con Maciel en los años 70, en Tijuana. Omar y Raúl, además, relataron que durante ocho años el hombre que se presentaba como su padre, pero que no sabían que se trataba de Marcial Maciel, los abusó sexualmente. “Él tenía 56 años (era 1976) y yo 19. Me dijo que era viudo y que andaba buscando una muchacha para casarse. Decía que se llamaba José Rivas y que era detective privado. ¡Puras mentiras! En 1997 (veinte años después), vi su fotografía en una revista. Era el padre Marcial Maciel”, contó Blanca Estela Lara.
El primero de mayo del 2010, Benedicto XVI firmó un comunicado en el que denunciaba “los comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel, confirmados por testimonios incontestables y que representan a veces auténticos delitos y revelan una vida carente de escrúpulos y de un verdadero sentimiento religioso”. En la práctica, el pronunciamiento operaba como un mandato de condena y expulsión. Pero el Papa perfiló a Maciel como un perpetrador solitario. Aristegui demuestra que no fue así. Los colaboradores del creador de la Legión de Cristo lo sabían. Y ellos han heredado el imperio de espanto de Maciel.
Maciel
¿Puede existir un árbol malo que dé frutos buenos? Autor: Pedro Salinas 1945 fue el año en que se iniciaron las denuncias por abuso sexual contra Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo. Pero la jerarquía católica las fue desestimando una por una, según comenta Alejandro Espinosa en su libro El legionario. Hacia 1954 aparecieron nuevas acusaciones. Tampoco pasó nada. Hasta que un cardenal encontró a Maciel en un hospital, revolcándose sobre un charco de su propia baba, como consecuencia de su adicción a la morfina. Y fue recién en 1956, con Maciel confinado en Roma, que se inicia la primera investigación. Como podrán inferir, las pesquisas vaticanas no concluyeron en nada. La iglesia católica, ya saben, nunca ha querido investigar estos graves asuntos. Siempre ha optado por el encubrimiento y hacerse de la vista gorda. Es así.
En fin. Muchos años más tarde, en los ochentas, el sacerdote Juan José Vaca, luego de apartarse de la Legión, decide demandar a su exguía espiritual por las vías oficiales, según las pautas del protocolo canónico. Vaca había sido abusado por Maciel. Desde 1949, aproximadamente. Cuando Vaca tenía trece años. Y qué creen. Maciel ya era entonces amigo de Juan Pablo II, quien se convirtió en su protector. Ergo, todo el esfuerzo de Vaca fue inútil. Nadie le hizo caso. Y los fanatizados legionarios encima chillaban: “Es una conspiración contra el padre Maciel”. “Todo es falso”. “Se trata de una calumnia, de una campaña de descrédito”. “De un complot de exmiembros descontentos y resentidos”. “De un ataque contra la iglesia”. “Son puras mentiras y calumnias”. Y más. Para luego volver al silencio cómplice.
La táctica de Maciel, por lo demás, siempre fue la misma. Nunca dar la cara. “Fue una práctica inveterada suya”, relata Espinosa, otro de los abusados por el fundador de la organización mexicana. Hasta que, como sucedió también con la pederastia eclesial en Boston, la prensa intervino. En 1997, el diario norteamericano The Hartford Courant publicó un informe investigativo dando cuenta del historial de perversiones de Maciel.
Por dicha investigación nos enteramos que, el fundador mexicano abusó sexualmente de más de treinta niños, entre 1940 y 1960. Que con varios de ellos mantuvo relaciones sexuales prolongadas. Que la iniciación sexual respondía a un modus operandi, que en su caso consistía en llamar por la noche a un niño a su habitación, donde él se retorcía de aparente dolor en la cama, y le pedía luego al chiquillo que frotara su bajo vientre, y la sesión –según no pocos testimonios– culminaba en una masturbación mutua. Que a través del culto a la personalidad de Maciel se inculcaba a los muchachos que era un santo viviente, y por tanto estar cerca de él era un honor. Que el reclutamiento apostólico del fundador ponía el acento en los jóvenes blancos, rubios y de la clase alta. Que les decía a quienes pensaban abandonar la Legión que sus almas se irían, literalmente, al infierno. Que para combatir los pensamientos impuros, recomendaba el cilicio, que era una correa de piel tachonada con ganchos de cadena para envolverlo en los muslos e infringir dolor; o el látigo. Que el sistema interno ejercía un control absoluto sobre los legionarios, a quienes se apartaba de sus familias. Que el religioso mexicano, de acuerdo a varios testigos, era morfinómano. Y así.
Pese a ello, es recién en mayo del 2006 y con el nuevo papa que se sanciona al fundador de la congregación. A los dos años, en enero del 2008, falleció.
Actualmente, la Legión sigue existiendo pero en un estado de convulsión permanente, revisando sus Constituciones, tratando de refundarse, envuelta en debates tormentosos. ¿Si Maciel era un hombre perverso, sus obras mantienen inspiración divina? ¿La estructura que fue creada para que las atrocidades sean perpetradas debe mantenerse o transformarse radicalmente? ¿La obra puede separarse del fundador? ¿El diseño de la organización no es un reflejo de sus vicios, su ideología y su visión sectaria? ¿Puede existir un árbol malo que dé frutos buenos? Vaya. En esas se encuentra todavía. Hasta ahora. Desde hace cinco años. “La Legión requiere una verdadera conversión”, anota la ex consagrada del Regnum Christi, Nelly Ramírez Mota Velasco, en su libro sobre Maciel. Ojalá lo logren. Su conversión, digo. Y ojalá, también, hayan fumigado a todos sus replicantes, un fenómeno frecuente entre las instituciones religiosas que cobijan a depredadores sexuales.
1945 fue el año en que se iniciaron las denuncias por abuso sexual contra Marcial Maciel, fundador de la Legión de Cristo. Pero la jerarquía católica las fue desestimando una por una, según comenta Alejandro Espinosa en su libro El legionario. Hacia 1954 aparecieron nuevas acusaciones. Tampoco pasó nada. Hasta que un cardenal encontró a Maciel en un hospital, revolcándose sobre un charco de su propia baba, como consecuencia de su adicción a la morfina. Y fue recién en 1956, con Maciel confinado en Roma, que se inicia la primera investigación. Como podrán inferir, las pesquisas vaticanas no concluyeron en nada. La iglesia católica, ya saben, nunca ha querido investigar estos graves asuntos. Siempre ha optado por el encubrimiento y hacerse de la vista gorda. Es así.
En fin. Muchos años más tarde, en los ochentas, el sacerdote Juan José Vaca, luego de apartarse de la Legión, decide demandar a su exguía espiritual por las vías oficiales, según las pautas del protocolo canónico. Vaca había sido abusado por Maciel. Desde 1949, aproximadamente. Cuando Vaca tenía trece años. Y qué creen. Maciel ya era entonces amigo de Juan Pablo II, quien se convirtió en su protector. Ergo, todo el esfuerzo de Vaca fue inútil. Nadie le hizo caso. Y los fanatizados legionarios encima chillaban: “Es una conspiración contra el padre Maciel”. “Todo es falso”. “Se trata de una calumnia, de una campaña de descrédito”. “De un complot de exmiembros descontentos y resentidos”. “De un ataque contra la iglesia”. “Son puras mentiras y calumnias”. Y más. Para luego volver al silencio cómplice.
La táctica de Maciel, por lo demás, siempre fue la misma. Nunca dar la cara. “Fue una práctica inveterada suya”, relata Espinosa, otro de los abusados por el fundador de la organización mexicana. Hasta que, como sucedió también con la pederastia eclesial en Boston, la prensa intervino. En 1997, el diario norteamericano The Hartford Courant publicó un informe investigativo dando cuenta del historial de perversiones de Maciel.
Por dicha investigación nos enteramos que, el fundador mexicano abusó sexualmente de más de treinta niños, entre 1940 y 1960. Que con varios de ellos mantuvo relaciones sexuales prolongadas. Que la iniciación sexual respondía a un modus operandi, que en su caso consistía en llamar por la noche a un niño a su habitación, donde él se retorcía de aparente dolor en la cama, y le pedía luego al chiquillo que frotara su bajo vientre, y la sesión –según no pocos testimonios– culminaba en una masturbación mutua. Que a través del culto a la personalidad de Maciel se inculcaba a los muchachos que era un santo viviente, y por tanto estar cerca de él era un honor. Que el reclutamiento apostólico del fundador ponía el acento en los jóvenes blancos, rubios y de la clase alta. Que les decía a quienes pensaban abandonar la Legión que sus almas se irían, literalmente, al infierno. Que para combatir los pensamientos impuros, recomendaba el cilicio, que era una correa de piel tachonada con ganchos de cadena para envolverlo en los muslos e infringir dolor; o el látigo. Que el sistema interno ejercía un control absoluto sobre los legionarios, a quienes se apartaba de sus familias. Que el religioso mexicano, de acuerdo a varios testigos, era morfinómano. Y así.
Pese a ello, es recién en mayo del 2006 y con el nuevo papa que se sanciona al fundador de la congregación. A los dos años, en enero del 2008, falleció.
En fin. Muchos años más tarde, en los ochentas, el sacerdote Juan José Vaca, luego de apartarse de la Legión, decide demandar a su exguía espiritual por las vías oficiales, según las pautas del protocolo canónico. Vaca había sido abusado por Maciel. Desde 1949, aproximadamente. Cuando Vaca tenía trece años. Y qué creen. Maciel ya era entonces amigo de Juan Pablo II, quien se convirtió en su protector. Ergo, todo el esfuerzo de Vaca fue inútil. Nadie le hizo caso. Y los fanatizados legionarios encima chillaban: “Es una conspiración contra el padre Maciel”. “Todo es falso”. “Se trata de una calumnia, de una campaña de descrédito”. “De un complot de exmiembros descontentos y resentidos”. “De un ataque contra la iglesia”. “Son puras mentiras y calumnias”. Y más. Para luego volver al silencio cómplice.
La táctica de Maciel, por lo demás, siempre fue la misma. Nunca dar la cara. “Fue una práctica inveterada suya”, relata Espinosa, otro de los abusados por el fundador de la organización mexicana. Hasta que, como sucedió también con la pederastia eclesial en Boston, la prensa intervino. En 1997, el diario norteamericano The Hartford Courant publicó un informe investigativo dando cuenta del historial de perversiones de Maciel.
Por dicha investigación nos enteramos que, el fundador mexicano abusó sexualmente de más de treinta niños, entre 1940 y 1960. Que con varios de ellos mantuvo relaciones sexuales prolongadas. Que la iniciación sexual respondía a un modus operandi, que en su caso consistía en llamar por la noche a un niño a su habitación, donde él se retorcía de aparente dolor en la cama, y le pedía luego al chiquillo que frotara su bajo vientre, y la sesión –según no pocos testimonios– culminaba en una masturbación mutua. Que a través del culto a la personalidad de Maciel se inculcaba a los muchachos que era un santo viviente, y por tanto estar cerca de él era un honor. Que el reclutamiento apostólico del fundador ponía el acento en los jóvenes blancos, rubios y de la clase alta. Que les decía a quienes pensaban abandonar la Legión que sus almas se irían, literalmente, al infierno. Que para combatir los pensamientos impuros, recomendaba el cilicio, que era una correa de piel tachonada con ganchos de cadena para envolverlo en los muslos e infringir dolor; o el látigo. Que el sistema interno ejercía un control absoluto sobre los legionarios, a quienes se apartaba de sus familias. Que el religioso mexicano, de acuerdo a varios testigos, era morfinómano. Y así.
Pese a ello, es recién en mayo del 2006 y con el nuevo papa que se sanciona al fundador de la congregación. A los dos años, en enero del 2008, falleció.
Actualmente, la Legión sigue existiendo pero en un estado de convulsión permanente, revisando sus Constituciones, tratando de refundarse, envuelta en debates tormentosos. ¿Si Maciel era un hombre perverso, sus obras mantienen inspiración divina? ¿La estructura que fue creada para que las atrocidades sean perpetradas debe mantenerse o transformarse radicalmente? ¿La obra puede separarse del fundador? ¿El diseño de la organización no es un reflejo de sus vicios, su ideología y su visión sectaria? ¿Puede existir un árbol malo que dé frutos buenos?
Vaya. En esas se encuentra todavía. Hasta ahora. Desde hace cinco años. “La Legión requiere una verdadera conversión”, anota la ex consagrada del Regnum Christi, Nelly Ramírez Mota Velasco, en su libro sobre Maciel. Ojalá lo logren. Su conversión, digo. Y ojalá, también, hayan fumigado a todos sus replicantes, un fenómeno frecuente entre las instituciones religiosas que cobijan a depredadores sexuales.
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