No comment
La mayor asociación de víctimas de abusados sexuales por sacerdotes, la SNAP, que preside la norteamericana Barbara Blaine, ha pedido que la Corte Penal Internacional de La Haya procese a Benedicto XVI y a tres cardenales clave del Vaticano por “crímenes contra la humanidad” por defender, ocultar y poner a buen recaudo a miles de pederastas. El hecho me parece relevante. Y si el hecho se queda en gesto, en un gesto simbólico, pues igual. No deja de ser un gesto significativo. Humanitario. Desafiante. Testimonial. Algo valiente y trascendente en tiempos en que la indiferencia campea entre los cristianos.
Pues nada. Así respondió el Vaticano. “No comment”. Sin comentarios, o sea. Todo un clásico entre los ensotanados, y que es una suerte de artificio verbal hecho a base de meditar durante milenios el prólogo de Juan. Una cabronada de respuesta, vamos. Supongo que lo correcto sería decir: “Vamos a colaborar”. “Estamos preocupados con lo que está ocurriendo”. “La Iglesia debe proteger mejor a los niños”. O algo así. Pero no. Prefirió optar por la vía expeditiva para evitar las polémicas. O las metidas de pata. O los escándalos. Lo de siempre, digamos.
Me refiero a la denuncia presentada contra el Papa y tres de sus cardenales, que, al parecer, a ningún medio peruano le importa, pero a mí sí. Porque si no se han percatado todavía, los pecados sexuales por parte de religiosos ya no son asuntos exclusivamente licenciosos entre clérigos y mujeres –que sería lo normal gracias al mantenimiento absurdo del celibato obligatorio–, sino que el fenómeno ha degenerado en pedofilia o efebofilia, o como quieran llamarle al abuso sexual de menores por parte de representantes de la Iglesia Católica.
Dicho de otra forma. Reconocerán ustedes conmigo que, en este tema, la Iglesia hace rato que ya no representa la rectitud moral después de todo lo que ha destapado la prensa en la última década. Particularmente desde que el Boston Globe y su director Martin Baron, en el 2002, hicieron estallar en cadena centenares de casos que fueron encubiertos a través de diversos mecanismos eclesiales, en el que participaron párrocos, superiores de congregaciones, obispos, arzobispos y cardenales. No sé si se enteraron. O si lo leyeron en el Globe. O quizás en La Mula. Pero aquello fue como el descubrimiento de una gran mafia. Ni más ni menos. Para no dramatizar. Digo.
Como sea. Hoy resulta que, ya todos saben que la política vaticana frente a estos eventos siempre fue la imposición del secretismo. Del hermetismo más férreo. O de la omertá, que es lo mismo. Para salvaguardar a la Iglesia de la vergüenza. Para sortear la información negativa. Pagando dinero incluso a cambio del silencio de las víctimas. Con el único propósito de que los estupros no se conozcan. Y si para ello había que trasladar a los religiosos abusadores a otras sedes, a otras parroquias, en las que podían de nuevo tener acceso ilimitado a niños indefensos y adultos vulnerables para seguir perpetrando sus mañoserías y tocamientos, pues qué creen, se les trasladaba nomás. Y de qué manera, oigan. Por todo lo alto y con la aprobación de las autoridades eclesiásticas.
Es lo que han venido haciendo durante décadas. Y claro, las víctimas no se han reducido. Han aumentado. Ya van varias decenas de miles, en su mayoría niños. Todos abusados por unos desalmados hijosdeputa, con crucifijo en el pecho, que han contado con la colaboración de la alta jerarquía de la Iglesia Católica. En fin. Los ejemplos abundan, están documentados y existen torrentes de información. Sí, torrentes.
Así que no tengo más remedio que estar de acuerdo con la mayor asociación de víctimas de abusados sexuales por sacerdotes, la SNAP, que preside la norteamericana Barbara Blaine, que ha pedido que la Corte Penal Internacional de La Haya procese a Benedicto XVI y a tres cardenales clave del Vaticano por “crímenes contra la humanidad”. Por defender, ocultar y poner a buen recaudo a miles de pederastas.
¿Que ello no va a llegar a ningún lado? ¿Que no procede? ¿Que la Santa Sede no firmó el Tratado de Roma del que nació la Corte de La Haya, y por ende esta no tiene competencia o jurisdicción sobre el Vaticano? Puede ser. No lo sé. No soy abogado. Ni pretendo. Ni me importa.
Lo que sí sé es que el hecho me parece relevante. Y si el hecho se queda en gesto, en un gesto simbólico, pues igual. No deja de ser un gesto significativo. Humanitario. Desafiante. Testimonial. Algo valiente y trascendente en tiempos en que la indiferencia campea entre los cristianos.
Por eso, cuando escucho el discurso victimista, que nunca falta, como el del arzobispo de Nápoles, Crescenzio Sepe, quien habla de “ataques anticatólicos”, siempre me digo: tranquilo, cholo, no hagas mala sangre. Simplemente, no saben ser honestos. Pues eso.
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