CULTURA CLERICAL Y PEDOFILIA
http://www.larepublica.pe/el-factor-humano/28/03/2010/cultura-clerical-y-pedofilia
Jorge Bruce
Retornan los escándalos vinculados a la pedofilia en la iglesia católica, en un espectacular efecto dominó: el fallecido fundador de la poderosa orden de Los Legionarios de Cristo, Marcel Maciel, en México, que abusaba sexualmente de sus seminaristas; el sacerdote italiano Ruggero Conti, procesado y arrestado por prostitución de menores y violencia sexual continuada sobre siete jóvenes, además de sospechoso de otros delitos sexuales que se remontan a 30 años atrás; el sacerdote Lawrence Murphy, quien abusó sexualmente de 200 niños sordos a su cuidado; el padre Peter Hullerman, que practicaba la pedofilia en Alemania.
Lo que agrava estos dos últimos casos, publicados por The New York Times, es que involucran al Papa actual, Benedicto XVI, quien los habría silenciado. Al punto que, en febrero del 2005, la corte norteamericana envió una orden de comparecencia al prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, el entonces cardenal Joseph Ratzinger, por obstrucción de la justicia. Tres meses después fue elegido Papa y las gestiones diplomáticas del Vaticano permitieron que se le otorgara inmunidad diplomática, dado que el Gobierno de Bush no quería hacerse de semejante papa caliente, por así decirlo.
Tan importante es no caer en generalizaciones apresuradas, como detenerse a pensar qué significa esta nueva cascada de revelaciones.
La pedofilia es una patología individual, no institucional. Es la historia y el inconsciente de una persona, compelida a pasar al acto, a menudo de manera repetitiva, lo que determina ese comportamiento abusivo y depredador. Pero lo que sí constituye una patología institucional es la recurrencia de actos de encubrimiento que, impunidad mediante, perpetúan violaciones gravísimas de los derechos de los niños.
Una organización que se pretende guardiana de la moral, intentando imponernos sus mandatos en cuestiones tan personales como la sexualidad y decisiones tan complejas como el aborto o la anticoncepción, alberga cantidades desproporcionadas de pedófilos que actúan resguardados por la imagen –cada día más resquebrajada– de la superioridad ética de los religiosos.
Por otro lado, es legítimo preguntarse por la recurrencia de casos de pedofilia en el seno de la iglesia, presumiblemente en una proporción mayor a la del resto de la población. A saber que personas que se debaten con esas tendencias que viven como inaceptables, acaso buscan en el celibato de la ordenación un refugio contra conflictos inmanejables.
Pero la pulsión insiste, implacable, y cuando lo reprimido retorna y la trasgresión comienza, se instaura la compulsión de la repetición, que Freud enlazaba con la pulsión de muerte. Luego, cuando la institución se niega a reconocer y sancionar esos crímenes –pecados sería lo de menos– el círculo vicioso comienza a rodar, hipotecando el futuro de tantos niños cuyos gritos de auxilio fueron desoídos.
Concluyo citando al padre Thomas Doyle, especialista en abusos sexuales cometidos en el clero:
“La cultura clerical debe ser examinada y desmantelada sin temor alguno. Ha causado demasiada destrucción y matado demasiadas almas para ser todavía tolerada por otra generación”.
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